Amados hermanos en Cristo Jesús, Señor y Salvador nuestro: Que el amor, la paz y gracia del Señor Jesucristo estén plenos en su espíritu, amén.
En este editorial, escribimos con desencanto y tristeza acerca de que las congregaciones adormecen en medio de la batalla espiritual librada contra el enemigo y sus secuaces. Las razones sobran, más el hecho es que no despiertan ya sea por negligencia o ignorancia y el resultado es la pobreza espiritual que exhiben ante el mundo y sobre todo ante el Padre y el Hijo, nuestro Señor.
Esa fatua costumbre de pretender adorar o hablar al Espíritu Santo y la judaización son los temas los cuales ya hemos escrito no pocas veces y así seguiremos haciéndolo, pues mientras estemos en el ministerio, la luz de la amonestación debe brillar; el sonido de la exhortación debe ser oyéndose y el mensaje que corta todo pensamiento.
Ya deberían entender que la función del Espíritu Santo es ser el poder operacional de Dios en la Tierra y que nosotros somos depositarios de ese poder. No se le puede hablar al poder, a la energía espiritual que el Padre otorga a Sus siervos mediante la gracia de haber creído en Jesucristo.
Y en el mismo sentido, recordar que lo antiguo y lo israelita no es más ni mejor que lo que es lo nuevo traído por nuestro amado Señor Jesucristo. No se niega su tiempo y eficacia en su temporalidad, más ahora lo que prima es la palabra evangelizadora del Cordero de Dios.
Estos dos asuntos preocupan en serio, porque el tiempo pasa y las oportunidades de llegar a la meta como varones perfectos ante los ojos de Dios por gracia de Jesucristo se disminuyen. Esto es independientemente de que Laodicea prevalezca y los otros espíritus de iglesia terminen por menguar.
Es su testimonio, apreciables lectores. No echemos la culpa a Dios, a dejar insensatamente el buen testimonio por complacer al “yo” de la carne, a dejar de leer la escritura por leer textos fatuos. No permitan que facinerosos espirituales roben lo preciado de ustedes, lo que han ganado tras creer se pierda por oír y seguir a fraudulentos embaucadores al servicio de satanás.
No vuelvan al error, no se enfríen, no dejen de tener fe y sobre todo, no permitan que su esperanza se difumine.
Que el amor, la gracia y la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes amados hermanos, amén.
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