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Editorial 432 - El proceso de menguar

Deseamos que el amor, la gracia y sabiduría del Señor Jesucristo sea en ustedes, amados hermanos.

Como en la escritura se puede leer, el hombre tiene un término en sus días. Esto porque no es posible que el hombre sufra su condición caída por siempre y tras la oportunidad de confesar el nombre de Jesucristo como el Hijo de Dios para cambiar esta situación, se revierte, pasando mediante el proceso de la muerte, a la eternidad con Él.

Pero antes de la muerte viene el proceso de senectud. Este evento es preparatorio antes de dejar el cuerpo para estar en el alma gozándose en el paraíso hasta que Cristo venga y nos resucite en el día postrero. Hablamos solo de los salvos en este tema.

Como es menester antes de un viaje a otro lugar, es necesario hacer los preparativos pertinentes, dejar instrucciones teniendo todo en orden. Para los hijos de Dios en la fe en Jesucristo se requiere que también atendamos al llamado del Espíritu Santo cuando nos avise que nuestros días se aproximen a su fin.

Todos los hermanos fuertes y cimentados en la fe reciben esta situación no en un ámbito de miedo y pánico, sino de paz, gozo y añoranza, pues la carne pesa y el alma se siente próxima a ser librada de ese grillete llamado Humana condición. Todos los siervos consagrados a Jesucristo y los fervientes hermanos poderosos toman esto con alegría y rápidamente atienden a dar instrucciones, despedirse de otros hermanos y ellos mismos a ponerse a cuentas con el Señor. Entregan la estafeta de sus ministerios a los jóvenes ya encauzados y así son jubilados.

Pero el mundo, sin salvación y esperanza, atenta contra esta alegría provocando inseguridad, terror y desagrado de morir. ¿Por qué el dejar esto para estar ya en la consolación del paraíso sería motivo de no quererlo? ¿Por qué saber que al partir es de llorar y amargarse? ¡Laméntese el hombre de su pecado! No deberían los hermanos sufrir en demasía porque alguien está pronto (la carne es débil, lo sabemos), sino pedir los que nos quedemos por fortaleza, gozo y consuelo.

La carne llora y sufre porque proyecta su fin y obviamente le gustaría ser eterna, pero Dios ató y condenó en ella al pecado y por eso toda carne que nace tiene que morir. No confundamos alma con carne (cuerpo) porque son distintas cosas. El “yo” -alma- es más que el cuerpo que posee. Sin embargo el diablo engaña diciendo que la carne y sus placeres lo son todo y por eso muchos insensatos pregonan “solo se vive una vez”, “vive como si no hubiera mañana”, “total: un día me voy a morir”, etcétera, generando una histeria colectiva de actuar desenfrenadamente. Así, la gente olvida que hay una eternidad en espera y se concentran en el corto plazo (el hoy).

Por eso amados hermanos, cuando nuestro momento de menguar llegue, procuremos no sentir ansiedad de hacer todo, de inundarnos de afanes, de tener miedo o inseguridad, de pretender evitar este inevitable paso, de entregar nuestros asuntos con sabiduría, cordura, amor y consuelo a quienes reciban nuestras encomiendas y darles la seguridad que ahora el momento es de ellos de atender tales asuntos como al Señor le gusta. Todo en el nombre del Señor Jesucristo y de esta forma, no dejar que el mundo nos quiera arrastrar de nuevo al embudo. Es un proceso de que la santidad llegue a buen puerto y así podramos cerrar nuestros ojos y dormir para ser despertados.

Oremos, amados hermanos, para que el final de nuestros días sea en paz, gozo, que todo esté en orden y el Espíritu Santo esté sobre nuestros familiares y hermanos en poder y consuelo y nosotros en plena alegría de dejar este mundo pecaminoso y prepararnos para recibir nuestro galardón obtenido con esfuerzo.

Que el amor, la paz y la gracia del Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos, amén.

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