La paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, hermanos, lectores, amén.
Mucho hemos oído de esta frase por demás hipócrita, mentirosa, diabólica y mundana. La han usado diferentes tipos de sociedades y comunidades gregarias humanas con los más diversos motivos: justificar un modo de vivir diferente, dictar una moral débil, aleccionar torpemente, exigir tiempo-espacio para cometer actos en contra de un equilibrio espiritual conforme a Dios, entre otras razones carentes de sentido práctico.
¿Qué tienen que ver el amor y la paz con el libertinaje y la perversión? ¡nada! ¡Tienen cero correlaciones! Sin embargo, muchos estultos y malévolos torcedores los convierten en una especie de sinónimos subjetivos y, tanto los que son de doble ánimo como los de conciencia convenenciera se aferran a esa frágil varita para sostener su mal pensar y proceder.
Esto también se ha infiltrado en la iglesia, donde hermanos inconscientemente también la expresan como para justificar malas conductas espirituales y así “no ofender a la grey”.
Veamos qué dice nuestro Señor Jesucristo respecto a la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14:27 expresa fielmente que la paz suya es opuesta a la del mundo. El mundo busca cordialidad entre todas las corrientes del pensamiento humano para preparar el camino al anticristo y así luchar contra Dios y contra Su Cordero. Mientras, Jesucristo dice que no tengamos miedo de ir en contra del mundo y que la cordialidad y familiaridad con Dios no tienen par aquí en esta dimensión pecadora.
Por tanto, la paz de Jesucristo es tener a la Deidad en tu corazón y que saques todo apego con el mundo, en cuanto a lealtad, amor y confianza se refiere. Si alguien cree que estar en paz es comulgar con perversiones, callar ante hechos abiertamente opuestos a la fe y ser omisos ante testimonios totalmente errados, el tal se está desviando y siendo copartícipe de tales fechorías, alejándose de Dios y Su amor.
Respecto al amor, leamos ahora lo que se establece en 1ª Juan 3:1: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.” El amor implica el mutuo deseo y acción entre dos individuos de intimar para conocerse progresivamente hasta la perfección en todos los sentidos de esta relación existente, real y sincera.
El amor es una manifestación de ser y estar para agradar no solamente a quien lo practica y profesa, sino también al otro individuo, el ser amado y viceversa. O sea, amar y ser amados por igual. Así lo ve Dios y así mismo lo registra el Espíritu Santo, pues Él acepta y quiere ser nuestro Padre a cambio de que creamos en Él como tal y le aceptemos en nuestro corazón. De esta manera la relación íntima espiritual entre hijo y Padre se da por naturaleza. Pero, el mundo asume que el amor es libertad de acción egoísta: “vive y déjame vivir”, “tú allá y yo acá”, “respeto”, “no me quieras cambiar, solo compréndeme y acéptame”, por decir algunas frases acomodaticias. En virtud de lo anterior, por el Espíritu se declara que tales interpretaciones son erróneas por cuanto no buscan la reconciliación, la familiaridad, el punto medio de encuentro sino la afirmación soberbia de que tu derecho es “igual -por no decir que mejor-” al mío. Por eso el encono detrás de esa frase. Dicen “amor” cuando buscan alejarse y no convivir; gritan “paz” cuando quieren atención y sumisión total.
Aunque existen referencias escriturales adicionales en el nuevo pacto que sustentan esta exhortación de amor, considero que estas dos expresiones de poder son más que suficientes.
Como conclusión, a manera de humilde consejo, escribo para amonestar a los creyentes de que nos abstengamos de incluir esta frase como modo de expresión cotidiana debido a que, en esta realidad existe un adagio que reza: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”; más la poderosa y eterna sabiduría de nuestro Maestro Jesucristo sentencia: “¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Que el amor, la paz y gracia del Señor Jesucristo sea en ustedes, amén.
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