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Editorial 402 - La incredulidad

Espero en el Señor Jesucristo que sean bendecidos, fortalecidos y aumentados en su gracia, amor y paz en su espíritu, amados lectores y hermanos, amén.

Las personas en la actualidad están renuentes a creer y a participar de esta gracia llamada vida espiritual en el Señor Jesucristo. Muchas entendemos que no están ordenadas para salvación; otras porque habiendo disfrutado esta gracia prefirieron volver atrás a los placeres del mundo (los judíos renuentes) y los que pretendieron ser de nosotros sin serlo para actuar como salteadores y apóstatas.

Pero no hablemos de ellos, sino los que oyen un evangelio torcido, dañado, manipulado y diluido por muchos “ministerios”, muchos “apostolados”, en demasiadas “campañas de evangelización” y demás parafernalia para satisfacer egos y no para salvar almas para nuestro Señor Jesús.

De un tiempo a la fecha, sobre todo con lo de la pandemia, la gente, en lugar de correr a los brazos del Dios Vivo confesando y creyendo que Jesucristo es el Hijo de Dios, va en dirección opuesta, porque muchos de quienes predican no están preparados en conocimiento, no son fuertes de espíritu y atienden más a logística humana, comercial o demográfica en sus términos que en lo que el Espíritu Santo determine.

La exhortación, pues, es contestar sinceramente estas cuestiones: ¿cómo estamos predicando? ¿Qué predicamos? ¿A quién predicamos? ¿Para qué predicamos? ¿Damos muestra de poder y fe o solamente damos discursos incendiarios? Como todos somos un cuerpo, por obviedad algunos es necesario sepan que no es su vocación ni su deber, se den cuenta y se dediquen a lo que verdaderamente el Señor de los Ministerios, Jesucristo, les tiene preparado. Y los que sí sientan la predicación al mundo es lo suyo, evaluarse espiritualmente sobre cómo es su labor.

Lo que está escrito en los evangelios es para que aprendan los primeros pasos y así el Espíritu Santo les revele más, gradualmente y conforme a su público meta, sabedores que conformen pasen los días pues el mundo tenderá más a separarse de Dios y la iglesia a perder la comunión y fe en el Señor Jesucristo por atender sus propios asuntos mundanos.

Pero nuestro quehacer y nuestra obra es por fe y no por esfuerzo carnal, almático o psicológico, así que hermanos, en lo que esté de nuestra parte seamos fieles obedientes a lo que está escrito y dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros, para que entre los incrédulos los valientes arrebaten el reino y no solamente los que ya el Padre tiene predestinados.

Esta es la única forma de combatir la creciente incredulidad.

Que la paz, el amor, la fe y la gracia del Señor Jesucristo estén en ustedes amados lectores, amén.

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