Que la paz, amor y gracia del Señor Jesucristo esté con ustedes amados hermanos en su espíritu, amén.
En este cuarto editorial se tiene un mensaje de poder en el cual se establece la magnitud de la importancia de confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios Juan 3:18, dice:
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Este versículo es sumamente poderoso, porque define el estado de condenación. Muchos hacen creer que es porque se cometen pecados, mas la realidad estriba en que se hace a Dios mentiroso al no creer en las palabras dichas por nuestro Señor Jesucristo. En otras palabras, no creer es negar que el evangelio sea verdad y, por tanto, se pretenda buscar la verdad por otro lado. En esto radica la condenación: Jesucristo es el Único con la verdad y quien no acepte esta realidad irá en pos de otros caminos los cuales todos llevan a la condenación. Solamente hay una ruta de escape y la ofrece Jesucristo de manera gratuita. ¿Qué tiene qué ver lo anterior con el pecado? Nada, solamente que el pecado nos destituye de la Gloria de Dios, pues estamos impuros. Pero quien no acepta y no cree se condena aparte de que peca.
En cambio, al que cree, sus pecados le son perdonados. Y no importa si sigue pecando porque el mismo Señor Jesucristo lo limpia, el Espíritu lo santifica y Dios le da la perfección. ¿Quién puede decirle al Padre que no puede hacer lo anterior? ¡Nadie!
Así de fácil puso el Señor las cosas; así de sencillo el Señor Jesucristo nos revela al Padre y así de simple el Padre nos lleva al Hijo para que nadie que entre por la puerta se pierda. ¡Amén!
Que el amor, la gracia y la paz del Señor Jesucristo sobreabunde en ustedes, amados lectores, amén.
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