Que la paz, amor y gracia del Señor Jesucristo esté con ustedes amados hermanos en su espíritu, amén.
No solamente los gentiles tenemos promesa, sino los judíos tienen su propia manera de ser uno con Dios a través de Cristo. En este tercero de cinco editoriales, ha placido al Espíritu Santo revelarnos Juan 1:47-50, que dice:
47 Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño.
48 Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
49 Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.
50 Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás.
El entonces varón Natanael, escogido por el mismo Jesús cuando conformó su ministerio de anunciación de las buenas nuevas, promulgó un acto de fe, poder de ciencia y profecía sobre este siervo. Natanael, al ser descrito en su esencia de buscar a Dios de manera sincera y en su interior estallar en júbilo, fue revelado por el Espíritu Santo para confesar públicamente a Jesús como el Hijo de Dios y no solo eso, sino como Rey de Israel. Es decir, al ser hijo del Gran Rey tiene derecho a reinar sobre la casa de Israel, el pueblo de Dios. De manera que el Señor Jesús es incluso reconocido como el Hijo de Dios por los verdaderos israelitas, sobre quienes no hay engaño (esta es la profecía). Todo aquél nacido en Israel y que de labios diga y públicamente confiese de corazón que Jesucristo es el Hijo de Dios, éste es verdadero israelita y no un impostor, falso judío e incircunciso de corazón.
Esta verdad NO PUEDE ocultarse, pues Natanael debió salir del cobijo que le dio la higuera (que se secaría tiempo después) para llegar a los pies de Cristo. Así todo aquél que salga de esa religión tiene promesa de parte del Hijo de Dios, el Rey de Israel.
En general, todos tenemos que salir al encuentro con el Señor Jesús, salir de nuestro entorno religioso que nos tenía cubierto (a nosotros los gentiles, en el caso de Hispanoamérica el catolicismo o alguna religión ancestral indígena) y jamás regresar o volver a eso, como tampoco traer consigo dogmas o costumbres de esa religión. Es dejar todo y oír solamente la palabra que Jesucristo dijo y dice para ser hallados dignos de su salvación. El confesarle como el Hijo de Dios es el verdadero cobijo que nuestra alma necesita del incesante agobio que dan la carnalidad en la humanidad. Es lo que nos trae paz, consuelo, gozo y esperanza. Crecer en fe y amor para ser perfeccionados por el Espíritu Santo en nosotros.
Por esto amados, poner otro fundamento en nuestro corazón diferente a este conocimiento supremo constituye una blasfemia cruel contra el Santo nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Cimentémonos en él para ser hijos obedientes. Como gentiles, tenemos otra circunstancia, pues el texto que acabo de leer solo aplica a los nacidos bajo el antiguo y caduco pacto.
Y tú, que te crees profeta de Jehová, parte de un clero projudaico o supuesto ancestro tribal, sal de la higuera seca que te cobija sino quieres ser secado como esa religión perversa y ahora falaz.
El poder y la gracia, además del amor y la paz de Cristo es en ustedes, amados hermanos, amén.
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