Amados hermanos del Señor Jesucristo: que su paz, gracia y amor estén rebosando en su corazón, en su espíritu, para seguir aspirando a ser los heraldos dignos de nuestro poderoso Señor y Maestro y que las almas sean notificadas o salvadas, conforme al mandato evangelístico de nuestro Dios y Padre para que en efecto nadie se pierda y que todos procedan al arrepentimiento, creyendo tan solo en el nombre de Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor nuestro, amén.
Hemos visto a través de nuestra vida mientras crecemos en el descubrimiento de nuevos tesoros espirituales por gracia de Cristo a través de la revelación progresiva del Espíritu Santo que muchos creyentes adolecen de la mente espiritual.
Con tristeza reconocemos que la mente, conciencia, juicio y, por tanto, el accionar están muy limitados, por lo cual es difícil tener comunión de continuo con ellos. No porque uno se cierre, sino porque a causa del amor hay que soportarlos, tenerles paciencia, escucharlos y sobre todo, no enojarnos, juzgarlos o proferir palabras contra ellos.
El Señor Jesucristo fue muy claro y preciso que entre más avancemos en el Camino, el enemigo, el mundo y la carne tendrán más ahínco de atacar para tratar de destruir el perfecto crecimiento de Dios, pero que, fortalecidos en el Espíritu Santo, asidos a él nada nos pasará, lo cual confirmamos la verdad y realidad de esta promesa en nosotros mismos.
Sufrir el evangelio, amados hermanos, no se refiere solamente a padecer por el nombre de Jesucristo con los incrédulos como lo refieren los acontecimientos en los evangelios, Hechos de los apóstoles y Apocalipsis.
También es practicar el verdadero amor fraternal, es cumplir con los mandamientos del Señor Jesucristo para con los hermanos de menor estatura espiritual -cualquiera que haya tenido hijos o los tenga, sabrá a lo que me refiero-. Tolerar, educar y disciplinar niños no es tarea fácil y por supuesto, los niños espirituales no escapan de esta realidad. Por eso el Señor Jesús nos dejó esos mandamientos precisos: no enojarnos contra el hermano, ni decirle necio o fatuo, porque es el equivalente al mal padre o madre que golpea salvajemente a las criaturas indefensas pudiéndoles provocar la muerte por lesiones. Así de grave el asunto espiritual de hacer caer a los pequeñitos de Cristo por la excesiva dureza, soberbia, impaciencia y desamor de los mayores.
Por esto mismo el mismo Jesús sirvió en humildad, amor, tolerancia, respeto y paciencia a la humanidad ingenua de sus discípulos, fortalecido él por el Espíritu Santo, a pesar de tantos yerros que quedaron escritos, no como para burlarnos de ellos, sino para que, leyendo, aprendamos con la meditación que así fuimos (los que digamos que ya tenemos tiempo en el evangelio), así somos (hasta que seamos perfeccionados) y así es menester dejar de ser (con la renunciación y los ojos puestos en el Autor y Consumador de nuestra fe).
Eventualmente, con el tiempo los fue formando hasta el nivel necesario para que luego el Espíritu hiciera su obra cuarenta días después. Así nosotros ahora, formarlos en la enseñanza, en la piedad, en el amor, la fe y esperanza y dejar que el Espíritu Santo, ya hecho nosotros nuestro trabajo de testimonio y palabra haga su obra en ellos, los nuevos pequeñitos.
De todo hay y es necesario practiquemos la paciencia, esperanza, dominio propio, benignidad, bondad, palabra sabia y concreta, fe, oración y amor. Esto es sufrir el evangelio, pero no equivocarnos al interpretar al verbo como “sufrimiento, castigo, condena, juicio, maldición, pago”, sino como trabajo, profesión, labor, actuación, desempeño, acción, estrategia y vocación, pues al pensar así es como recibiremos recompensa y liberación del yugo de parte de nuestro Señor Jesucristo; en tanto que las primeras acepciones son por parte de los hipócritas, extraviados, mentirosos, mutiladores del cuerpo y falsos obreros quienes ya tienen su recompensa por no ver las cosas de arriba.
Así, no dejemos que nuestro corazón albergue pesar, afán o desconsuelo (al menos, de modo continuo) sino que pidamos fe, fortaleza y sabiduría a nuestro Padre en el nombre del Señor Jesucristo y de esta manera cumplir con el servicio que Jesús nos vino a enseñar aquí en la Tierra.
Glorificado sea el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Maestro de maestros en la verdadera ciencia que es agradar a Dios en todo, por siempre y para siempre, amén.
La gracia en el Señor Jesucristo, su amor, paciencia y fortaleza en ustedes amados lectores, amén.
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