Amados de Dios y de Cristo, que la paz, el amor, la esperanza y la fe en nuestro Señor Jesús esté en su espíritu, rebosante y creciendo de gracia en gracia para alcanzar la estatura del varón perfecto, amén.
Hermanos, hemos dicho de muchas maneras y en diferentes formas acerca de lo tóxico, perverso y mortal que resulta judaizar a la iglesia del Señor Jesucristo. Hemos declarado en diversos escritos y dado explicación por revelación dada a nosotros por el Espíritu Santo del por qué instamos a que se mantengan en la pureza de la sana doctrina que nuestro Señor Jesucristo dejó en el nuevo pacto.
Pero ahora, nos honra confesar que tanto el mismo Padre como el Hijo también opinen abiertamente al respecto y se da el hecho que nuestra opinión es completamente igual a la que la Deidad tiene respecto a este asunto.
El Padre tiene la potestad de cambiar los tiempos y las sazones conforme a Su sabiduría; además, Él como nadie sabe lo que el hombre en su maldad es capaz de hacer por dejarse llevar influenciado por la rebeldía.
El Hijo tiene la potestad de hablar por sí mismo, repetir textualmente las palabras del Padre como propias y todavía más, hacer reformas al código que el Padre instituyó originalmente para eficientizar el proceso de salvación de la Humanidad al máximo posible.
El Padre, en Isaías, proclamó la profecía que denota la gloria que tuvo el pueblo de Israel, la manera en cómo Dios daba la vida y los designó a ellos como portadores de su testimonio al principio de los tiempos. Estableció Su pacto, ley y culto y arrendó la propiedad suya a los primeros labradores, los sacerdotes. Pero conforme pasaron los años, estos se dejaron corromper pensando que la propiedad al final llegaría a ser suya cuando el Dios Vivo tardaba en regresar, según ellos. Envía el Dios Vivo a sus embajadores a recoger el fruto del viñedo, Su tributo (amor, santidad, fe, esperanza, obediencia, fidelidad y alabanza) y a cambio recibió nada. Estos seres malvados ilegalmente se apropiaron de todo y enviando finalmente a Su Hijo, también le mataron. Eventualmente Dios destruyó todo nexo con esos labradores malvados, dejando ese contrato cancelado y terminado para siempre. Y lo dejó escrito en aquellos años como advertencia finalmente cumplida de lo que pasó y pudo haberse evitado. De recibir al Hijo, hubiesen sido perdonados y siguieran siendo ellos el baluarte de la Verdad, ahora bajo el Señorío de Jesucristo su Mesías.
Y siglos después viene el Hijo que por el Espíritu Santo vuelve a mencionar esta profecía -ahora redactada en Mateo- en forma de parábola ante los jerarcas religiosos: primero describiendo al Dios Vivo como Padre, luego respetando el devenir de los acontecimientos originales (es decir, que tuvieron cerca de 700 años para cambiar y no lo hicieron) y finalmente, haciendo alusión a sí mismo que en él con su muerte, se habría de cumplir esta advertencia. Estos labradores, descendientes de los que mataron a Isaías, cumplieron cabalmente con su mal matando finalmente al Hijo del Dios Vivo.
Y para colmo de males, cuando el Señor Jesús con astucia divina les preguntó: ¿qué hará a aquellos labradores?, ellos se sentenciaron a sí mismos: “A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo”.
Amados hermanos. ¿Se dan cuenta que nosotros somos los nuevos labradores a quienes se nos arrendó la heredad y debemos dar el fruto que al Señor Dios y Padre corresponde? ¿Pueden comprender que por el SEÑOR JESÚS fuimos contratados para realizar tal efecto?
Entonces ¿por qué subcontratar a los descendientes de los malos labradores, matadores del Hijo y solo buscan venganza? ¿Qué necesidad hay de comulgar en lo religioso con ellos? ¿En qué se sustenta la rebeldía de meter al extraño en la casa, al echado fuera como parte de la familia? ¿Por qué revolver el vinagre con el vino nuevo? ¿Qué fin persigue adoptar al mal como parte del bien? Finalmente ¿por qué intentar abrir otro camino cuando solo hay uno: Jesucristo?
La paz, sabiduría y gracia del Señor Jesús es en todos ustedes amados hermanos, en su espíritu, amén.
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