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Editorial 352 La maldad: precursora de todo el desastre

La paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sea en ustedes amables lectores. El Padre, quien habita en los cielos, además de ser Dios, Médico, Proveedor, Dador de vida, Amor y Juez. Esta característica hace de Él (y por ende a nosotros también al ser hechos a su imagen y conforme a su semejanza) discernidor en lo que es de Él y lo que no proviene de Él.

La maldad es un elemento completamente ajeno a Él, puesto que a través de ella se generó la soberbia, la envidia y la rebelión; poco después fueron el resto de pecados que fueron creándose y multiplicándose en toda la creación. Su primera víctima fue el ángel encargado del ministerio de alabanza a Él. La escritura es clara cuando dice: “perfecto eras en todos tus caminos hasta que se halló en ti maldad”. Dios sabe lo que es suyo y lo que no, también. Pero es creación suya, sin embargo, nuestro Señor Jesucristo es el escudo protector contra esta esencia contraria a Dios. La muerte es una consecuencia, una sentencia dada por el Creador para cortar la propagación de este cáncer que cuando se infiltró en el oído y luego en la mente, después en el corazón de la mujer y luego del hombre, Dios vio el daño hecho era terrible, por desobedecer y comer del fruto que expresamente estaba prohibido.

Pasaron días, años, épocas y milenios y la Humanidad sigue cayendo en el mismo craso error. No solamente no oyó al Creador, sino que ahora en los albores de 2021 siguen desoyendo el único mandamiento de Dios: “A él oíd”. También muchos ignoran el mensaje de nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por mí”. Otros al mensaje del Espíritu Santo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”.

Y es que la maldad con sus engendros pecado y corrupción ponen cera hecha con soberbia, rebeldía y mentira para enfocar la mente y el corazón (laboratorios donde ésta se multiplica) y así tratar de dañar toda la creación. Incluso animales y plantas tienen ejemplares específicos crueles en su entorno, en forma de abatidores en los primeros y plagas en los segundos. Como Dios fue alejado pues el hombre cayó y no ha querido reconciliarse con Él a través de nuestro Salvador, es que la naturaleza también está contaminada. El adversario, padre de toda mentira, aprovecha este caos y ayuda a que el hombre sea resistente a oír el mensaje de amor, sanador de Cristo.

Por esto mismo Cristo vino y sufrió en carne propia esta acción inmunda del pecado, la maldad de su adversario y la necedad del hombre. Vio cómo sus discípulos eran incapaces de comprender muchas cosas, poco a poco tuvo que explicarles en lo privado para que no se perdiesen y continuasen. Ya con el advenimiento del Espíritu Santo, logró que creciera el mensaje. Y con todo esto, el hombre es reacio, siendo ciego y sordo, torpe y necio para que la profecía de salvación -la cual aún está vigente- se haga válida en su existencia aquí y en la eternidad.

Pero el fuego es purificante universal y, cuando los tiempos de juicio lleguen, la maldad, el diablo, los enemigos de nuestro Dios serán consumidos, por cuanto no dejaron de ser rebeldes. Nuestro Señor Jesucristo pagó por todos los pecados de todos los hombres desde Adán hasta el último que habrá de nacer cuando expiró en el madero cargando con toda esa abominable deuda espiritual que sólo él pudo haber pagado al derramar su sangre preciosa en rescate de muchos. Más que la maldad misma, el desprecio al valor del acto supremo del Padre, Creador de todo ser viviente, ver a su propio hijo humillado a lo sumo y muerto hecho carne en ese madero es lo que constituye el hecho de ser condenados. No solemos hablar de este tema, pero, considerando que los tiempos venideros esta misma maldad se multiplicará y hará más difícil la labor de testimonio, escribimos esto hoy, porque así quedará registro que para poder vencer al adversario debemos saber quién es y cómo actúa, y con el poder del Espíritu Santo resistir estoicamente sus embates.

Gracias al Señor Jesucristo somos seres con fe, portadores de una esperanza viva y propagadores del amor espiritual de Dios a nuestros conocidos y prójimos cercanos que estamos exentos del destino final del adversario, derrotado y tienen ya su destino sellado.

Mientras tanto, nosotros, no dejemos de orar y velar, no dejemos de ser obedientes, no seamos ociosos en trabajar para el Señor cuando se pueda, no olvidemos rogar ¡Ven Señor Jesús!, pues nuestra victoria depende de esto. Y él vendrá -sí, amén- pero antes hay que completar el número de los redimidos.

La paz, amor, misericordia, sanidad y sustento de nuestro Señor Jesucristo es en todos ustedes amados hermanos y lectores, amén.


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