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De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.

Foto del escritor: Cuerpo EditorialCuerpo Editorial

Amados hermanos en el Señor Jesucristo, que la gracia, amor y paz de nuestro Cordero Redentor esté en ustedes proliferando como lluvia abundante en tierra seca, tan necesaria como recibida, amén. Con gozo, amor y fe les traemos otra revelación por medio del Espíritu Santo, amén.

Hoy comenzamos el capítulo 3 de la carta escrita por el apóstol Santiago a los hermanos hebreos en exilio, después de la caída de Jerusalén. El tema que ocupa hoy en ser tratado, no es una doctrina, sino un análisis espiritual con el cual el apóstol, como médico forense, hace una autopsia a la lengua, como causa de muerte en algunos necios que no la refrenan y son prendidos en sus palabras.

El parte médico que este siervo de Cristo otorga, es una seria advertencia que los hermanos debemos ser (todos, no solamente los que vienen del judaísmo) expertos en someterla a nuestra conciencia, voluntad e inteligencia. El corazón o alma podrán hablar solamente si el cerebro lo aprueba, mediante el juicio de razón que el Espíritu Santo dé como válido algún dicho que queramos expresar. Comenzamos.

Por principio de cuentas, el apóstol les sugiere a ellos no todos sean maestros, sabiendo que recibirán mayor condenación. ¿Por qué? Porque es imposible (de hecho, el apóstol Pablo ya había comentado esto en sus cartas que ya leímos en 1ª Corintios 12:12: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo”) que todos enseñen. Si todos son maestros ¿quién enseña a quién? Recordemos que el ministerio de la maestranza es al interior de la iglesia, NO AL MUNDO; para el mundo esto es exclusivo de apóstoles y evangelistas. Además, se enseña con la lengua, al expresar palabras. Entonces, si el Espíritu no habla en alguien ¿quién habla pues? A esto se refiere con condenación (no la eterna, se aclara, al menos no mientras no exista la apostasía, tan peligrosamente común entre los ex-judíos): el ser prendidos en falsas profecías, argumentos, declaraciones, juicios y mandamientos. El mismo Señor Jesús les advierte a los que son muy dados a andar dando juicios de valor prematuramente: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”, encontrado en Mateo 6:37.

Amplía el apóstol lo anterior en el versículo segundo con la premisa que ser perfectos es no ofender de palabra a otros, mayormente a los de la fe, pues si esto ocurre, entonces tampoco en acciones se hará (ofender).

Los versículos 3 y 4 refieren a dos analogías muy sencillas donde el freno y el timón son representaciones de la lengua humana. Si un animal y un objeto inanimado pueden ser controlados para llevarnos a donde queremos, ¿por qué una entraña nuestra no podríamos someterla a nuestra voluntad juiciosa, cimentada en Cristo?

El quinto versículo es una perla invaluable de filosofía no humana, sino sabia de Dios. El mismo Espíritu Santo nos pone a reflexionar sobre la influencia de una pequeña lengua sobre el mundo. Guerras, odios irreconciliables, maldiciones y maledicencias, crímenes son los bosques que se incendian por un pequeño fuego de un cerillo (un dicho ocioso soltado en un momento crítico). Toda la historia refleja esta lección no aprendida, todo el antiguo y nuevo testamentos el Espíritu impone relatos de hechos que ocurrieron por declaraciones, promesas de personas que juramentaron hacer algo y se vieron impelidas a realizarlo.

Nosotros en Cristo no tenemos tal prerrogativa. La lengua se somete a Jesucristo. Punto.

Quién debe hablar es el Espíritu Santo dentro de nosotros, quienes de buena voluntad cedemos el uso de las cuerdas vocales, el diafragma y boca para que resuenen los sonidos de poder por la palabra de Dios y no verborrea peligrosa y torpe.

El sexto versículo explica por qué la lengua contamina a toda la creación. La rebeldía del hombre es el agente inflamatorio de la lengua que la expone al infierno. Si el hombre no refrena su lengua, el juicio viene y no habrá escapatoria. Hombre de lengua suelta que muere sin Cristo… su destino sellado tiene. ¿Qué tiene que ver la lengua con la creación? Bueno, así como el diablo siembra cizaña, así el hombre tergiversa la creación al crear clones, por sus dichos de encontrar las curas, mejora de las especies en vegetales y animales, etcétera; hombres perversos utilizan animales para hacer el mal a otros; venenos vegetales para privar a otros desde tiempos antiguos. Todo por un deseo, dicho y hecho.

Dios en Génesis otorgó al hombre el poder de la lengua para decretar el nombre de las bestias y plantas, así como el modo y forma de vivir en ese paraíso o jardín. Más al caer, el hombre perdió el poder de controlar su lengua. El conocer el poder de discernir el bien y el mal no incluía el control sobre la lengua. Además, sin la cobertura de Dios y ante la mancha del adversario la lengua cobró vida como agente natural de maldad. El versículo 8 testifica contra ella diciendo que está llena de veneno. Por eso hace tres párrafos dije que la lengua no tiene parte ni suerte con Cristo. No se puede confiar en ella. Solo queda someterla, encarcelarla y eliminar ese veneno con amor fraternal, fe con hechos y la esperanza que debió ser usada para la alabanza a nuestro Dios y Padre.

Menciona la dualidad sobre el uso de la lengua de estos hermanos impetuosos: por un lado, alaban a Dios y por otro lado condenan gentiles, les desprecian y miran despectivamente. Se bendicen entre ellos, aunque a los extraños profieren palabras insensatas. Este es el problema de todos, pero el apóstol Santiago lo menciona a los hermanos hebreos: “¡No juzguen! Porque la nación nuestra es juzgada por la sangre del Señor Jesucristo derramada en las afueras de Jerusalén y hasta que él no venga de nuevo a redimirnos de esta maldición autoimpuesta por ser rebeldes, seguiremos siendo la higuera estéril. ¿No ven que la sangre del Justo pesa sobre nosotros? Por esto hay mortandad y condenación en el seno de Israel como en el desierto en los días de Moisés, sólo que ésta es mucho peor que la primera”.

No se puede dar dos testimonios, no pueden albergarse sentimientos opuestos, no puede amarse y odiarse simultáneamente. Los últimos versículos dan alegorías de una fuente de agua y frutos de árbol. La simbología es clara. Si la fuente es amargura entonces esa agua no es potable. De manera que, si el alma y el corazón están manchados de desamor, falta de fe y ausencia de esperanza, de la lengua nada bueno saldrá. Si de esa lengua sale lo malo, lo pecaminoso, lo mortal, entonces el fruto generado es de muerte, no nutritivo y anti vida.

¿Quién tomará agua contaminada con plomo, arsénico, cobre, cobalto y níquel juntos? ¿Quién consumirá manzanilla de la muerte, la semilla del ricino, la miel cuyo polen viene de la adelfa?

Así pues, son quienes dejan que su lengua los gobierne. La naturaleza es reflejo de la sabiduría de Dios; el Espíritu Santo enseña, falta que los hermanos y creyentes se disciplinen en el control y maestranza sobre la lengua, para que la sana doctrina fluya a través de ella, amén.

Dejamos en evidencia el capítulo 3 de la carta escrita por el apóstol y siervo de nuestro Señor Jesucristo, Santiago, en los versículos 1-12.

Bendiciones, amados. A seguir cuidándonos, en lo terrenal, pero más en lo espiritual. No dejemos que nuestra lengua nos haga prevaricar. Amén


3 Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. 2 Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. 3 He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. 4 Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. 5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! 6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. 7 Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; 8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. 9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. 10 De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. 11 ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? 12 Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.

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