Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
El séquito sacerdotal estaba enloquecido, rabioso y frustrado en esos días porque el Señor Jesús magistralmente destruía sus asechanzas y con sabiduría los exponía ante el pueblo como deudores de la fe y de la ley. Buscaban afanosamente cómo torcer su palabra, cómo escucharle algún improperio o cómo hacerle perder la compostura, sin éxito.
En esta ocasión se repliegan y envían ahora discípulos y algunos de la secta de los herodianos para tratar de hacerle caer en discordia con el gobierno, es decir, diera una postura política con respecto a Roma y su emperador y, si fuese positiva, acusarlo de propagandista cesariano para desaprobarlo; y si fuese negativa, acusarlo de sedicioso y contrario al régimen. Pero mejor, lea el contexto en Mateo 22:15-22, que dice:
15 Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. 16 Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. 17 Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? 18 Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? 19 Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. 20 Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? 21 Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. 22 Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron.
Con lisonjas hipócritas, molestas y pérfidas, “alaban” las beldades de Cristo, aunque analicemos bien lo que le decían:
Amante de la verdad: como eran enemigos y lo odiaban hasta la muerte, no podían decirle que era la verdad o que hablaba con la verdad; tan solo atinaron a decirle “amante de la verdad” es decir, alguien que le gusta y la busca, pero no la posee. Bajaron al Señor Jesús como un entusiasta fan o seguidor, pero no esencia de.
Enseñas con verdad el camino de Dios: reconocen su habilidad innata de explicar, demostrar, convencer, exponer y declarar en público, que sabe y conoce a profundidad la ley de Dios y que busca el bien de la gente; pero al ser tan frívolos, denostaban su obra y menospreciaban lo que exactamente describían. Es decir, usaron el sarcasmo grosero para devaluar su ministerio.
No te cuidas de nadie: darle una connotación negativa a su virtud tenía como objetivo hacer ver a la gente que él solo hablaba por sí mismo y que sus milagros eran para que él se sintiese ufano y no por bienestar de sus escuchas. Es decir, que su ministerio era para él agradarse a costa del dolor y la aflicción de la gente. ¿Más perversidad que esta se puede tras lanzar esta blasfemia?
No miras la apariencia de los hombres: De la mano del comentario anterior surge esta inferencia maligna. Decir esto significa que él despreciaba de los hombres, por eso hablaba de la maldad y el pecado con tanta soltura y se hacía perfecto y a los demás condenados y perdidos. Pero el Señor no decía eso, porque él hablaba del amor, la misericordia, la fe, la restauración y la reconciliación.
Luego viene el sablazo, es decir, la pregunta lazo-trampa: ¿es lícito dar tributo a César, o no?
¿Qué tenía que ver la palabrería anterior con esta sutileza? ¡Nada! Le lisonjearon esperando que cayera seducido por sus alabanzas y no escuchase con atención las palabras para hacerle caer en algún comentario que les favoreciera.
Como dice la escritura, el Señor con su poder vio la malicia de ellos, y con la franqueza que le caracteriza les responde ¿por qué me tentáis, hipócritas? Y, lejos de huir del desafío lo afronta con la gallardía que el Espíritu Santo le da y los mete al ruedo del debate tras la pregunta con la fuerte réplica: mostradme la moneda del tributo. Ni tardos ni perezosos le entregaron un denario cayendo en la misma trampa que ellos tendieron. Pregunta dos cuestiones importantes: imagen e inscripción. En ambas denota la autoridad vigente y su forma de gobierno para todo creyente.
La respuesta los dejó sin aliento: dad pues a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.
Es decir, Dios no se involucra en asuntos terrenales (deberes y obligaciones) y el Estado no debe interferir en los asuntos doctrinales o de la fe. Tanto uno como otro en esta realidad revisten su radio de acción, estos círculos son diferentes y cada uno merece su respectiva atención. Dios no hace política ni el César es ministro de los tesoros de Dios.
Este dicho se volvió tan popular que creó el concepto de laicidad, el cual muchos países lo ponen en práctica.
Pero regresando al caso de estos discípulos, sin más argumento y con toda la enseñanza sobre su conciencia se fueron por donde vinieron, reconvenidos en pocas palabras por el Señor, Maestro, el Cristo y el Salvador.
Así pues, amados hermanos, apostemos a ser como nuestro Señor: despiertos, sigilosos, prudentes y sobrios en el hablar, dejando que sea el Espíritu Santo y no nuestra lengua quien hable. Cualquier asunto, por más difícil, oculto o complejo que sea, puede ser deshebrado al mínimo por el poder de nuestro Padre, el Creador.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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