Amados del Señor Jesucristo: la paz y gracia sea en su espíritu.
Desde México los saludamos, esperando en el Señor sean prosperados en el amor, al fe, fortaleza y esperanza en Cristo, para gozo, consuelo y testimonio.
En la primera carta de Pedro a los hermanos hebreos convertidos al Señor Jesús, le pareció bien al Espíritu revelarle conocimiento espiritual para comunicarles acerca de ciertas características que como hijos salvados y obedientes debemos observar sin duda alguna:
a) Ser de un mismo sentir todos los que conformamos la iglesia de Jesucristo en la Tierra: Congruencia, sobriedad y sentido espiritual de amor fraternal leal a los deseos de Cristo y voluntad del Padre, para con esto demostrar la realidad de la vida espiritual.
b) Compasivos: Tener la pasión del servicio desinteresado, no con el alma ni emoción efímera, sino con el poder del Espíritu y la fe puesta en obra visible con sacrificio de amor y adornado de esperanza de imitar a nuestro Señor Jesucristo cuando curaba, predicaba, bendecía y visitaba lugares para mostrar el amor de Dios y su misericordia.
c) Amándoos fraternalmente: es decir, nunca negarnos para dar o recibir ofrendas de amor. No cerrar el corazón, no dejar de ayudarnos mutuamente en cosas como oración, apoyo físico, ofrendas en especie o financieras, no guardar rencores ni secretos entre nosotros los creyentes.
d) Misericordiosos: ser cordiales ante la pobreza y miseria ajena. Es decir, si vemos a hermanos en prueba, necesidad, persecución, desnudez, cárcel o hambre por causa del buen testimonio, sentir como propia esa situación y ser solícitos en auxiliar en lo que se pueda: amor en acción. Es mostrar la piedad sin reserva, es decir, expresar a Jesucristo en dicho y hecho. Así como el Padre tuvo la oportunidad de pasar por alto nuestra antigua manera de ser para revestirnos como hijos suyos espirituales, así nosotros cerrar los ojos a lo que el mundo ve y con la fe sufragar toda necesidad de nuestros hermanos sin hacer acepción de personas.
e) Amigables: Sonrientes, gozosos, alegres, de buen ánimo, solícitos, fraternales, sinceros y llenos de amor familiar espiritual para con todos nosotros. No podemos mostrar petulancia, hosquedad, altivez, amargura, enojo, odio o desprecio, porque no debemos olvidar que dentro de nuestros hermanos está Cristo, independientemente de su estatura espiritual y no sabemos, tal vez hasta un ángel venga a dar a nuestra puerta. Por tanto, un espíritu noble y no seco.
f) No devolviendo mal por mal ni maldición por maldición: Claro ejemplo de no seguir el camino de Balaam, quien a sí mismo se acarreó juicio por vender su profecía por unas monedas. En nosotros ya no aplica el seguir la ley del Talión “ojo por ojo y diente por diente”, pues en Jesucristo es ahora: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” mediante: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” porque: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. Entonces, ya no hay más derramamiento de sangre que valga más que la de los justos. Nuestra lucha no es contra carne ni sangre, por eso la justicia por mano propia es un engaño vil que lleva a la rebeldía.
g) Por el contrario, bendiciendo: la lucha espiritual se gana con fe, amor y fortaleza por el Espíritu. La bendición que obtuvimos de parte de Dios es irrenunciable y es inmensa; por consiguiente, debemos procurar se expanda a nuestros semejantes ya sean creyentes o no, pues es parte del testimonio, aunque primeramente a los de la fe.
Y el mismo apóstol Pedro parafraseó cierto contenido del Salmo 34 en los versículos 10 al 12, con el objeto de recordarnos que las promesas de Dios son verdaderas y palpables para quienes las desean y buscan.
En el versículo 13, tras la citación, da una conclusión poderosa: ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Como resultado, hacer el bien es nuestra encomienda, sin importar lo que acontezca alrededor. ¿Qué es hacer el bien? Hacer la voluntad de Dios mediante la obediencia a Cristo.
Y si por hacer esto, en caso que el Padre así lo considere, en alguna ocasión nos veamos en situaciones de prueba, agravio, injusticia, ignominia, persecución o desprecio, somos bienaventurados. No es más la violencia, sino la mansedumbre y reverencia ante esos seres utilizados en su ignorancia o maldad, santificando a Dios en nuestros corazones, debido a que haciendo esto el Espíritu nos mostrará qué hacer a dónde ir y qué decir.
Luego la acción salvadora de nuestro Padre vendrá y su justicia nos asistirá; el amor de Jesucristo nos consolará y el Espíritu nos fortalecerá siendo los agresores avergonzados a su tiempo; pues, aunque para el mundo seamos tomados y despreciados como malhechores, para el Padre somos hijos dignos y para Cristo amigos suyos.
Nunca procuremos ser hallados malhechores, defraudadores, mentirosos o hipócritas porque ciertamente tendremos que sufrir con justa causa.
Y abriendo un pequeño paréntesis, Pedro nos enseña por el Espíritu acerca de lo que sucedió cuando Cristo murió y estuvo en la región de los muertos por tres días y tres noches. Descendió al Seol a cumplir la promesa de quienes murieron sin haberle visto y creyeron. Habló a quienes nunca fueron parte del pueblo judío y a quienes Dios no imputó pecado y a estos salvó. También a los de la promesa que fueron piadosos y fieles en los caminos del Padre los trajo a todos al Paraíso ya en los términos de Cristo, el Hijo de Dios. En este tiempo acomodó la región de las almas y al Seol dejó a quienes en su maldad fueron consumidos y en el Paraíso a quienes serán parte del pueblo de Dios futuro.
Ya luego resucitó acabando esta obra; otros cuarenta días más en la Tierra y finalmente ascendió en donde está ahora sentado a la diestra de Dios Padre.
Hace una referencia a los días de Noé, cuando menciona que los ocho sobrevivientes fueron salvados por medio del agua, al ser separados del resto, así el bautismo en agua que practicamos una sola vez en la vida en el nombre del Señor Jesucristo es la que nos levanta del mundo. Ciertamente el bautismo nos salva, pero no quita las inmundicias de la carne, porque esto es obra de la sangre de Cristo y lo que queda es para que aprendamos a renunciarnos y hallar la perfección. La perfección es tener buena conciencia hacia Dios: que ni Dios nos imputa pecado y nosotros aprendemos a deshacernos del pecado por el Espíritu Santo y no por la carne o alma. Aprendemos a lavar nuestras ropas y ser limpios como lo es nuestro Señor Jesucristo, quien ahora reina sentado en la gloria a la diestra del Padre y todo se sujeta a él.
Dejamos en consideración suya el contenido hallado en 1ª Pedro 3: 8-22.
8 Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; 9 no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.
10 Porque:
El que quiere amar la vida
Y ver días buenos,
Refrene su lengua de mal,
Y sus labios no hablen engaño;
11 Apártese del mal, y haga el bien;
Busque la paz, y sígala.
12 Porque los ojos del Señor están sobre los justos,
Y sus oídos atentos a sus oraciones;
Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.
13 ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? 14 Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, 15 sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; 16 teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. 17 Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal. 18 Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; 19 en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, 20 los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. 21 El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, 22 quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades.
La paz, amor, conocimiento y gozo del Señor Jesucristo sea en ustedes amados hermanos, Cristo viene por su iglesia, amén.
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