Deseamos y rogamos que la paz del Señor Jesús, que sobrepasa todo entendimiento, sea en ustedes amados hermanos, por amor y gracia del Padre, quien nos eligió desde antes de la fundación del mundo. Donde quiera que estén amados: nunca nieguen el santo nombre de nuestro Señor Jesucristo, antes bien profésenlo y confiésenlo con fe, en amor y esperanza, que nuestra redención está cerca, amén ¡SÍ, amén!
En esta ocasión se hablará de lo contenido en el capítulo 2, versículos 14 al 25 de la carta de Santiago, a los hermanos hebreos en el exilio, posterior a la destrucción de Jerusalén.
En este contexto, muchos hermanos exiliados desfallecían, como ahora por múltiples razones y su fe decaía al solamente hacer rituales o estar en un oscuro sigilo, cuando en realidad era mostrar el gozo de estar libres de un apresamiento doctrinal centenario, pues ya muchos años Dios dejó de comunicarse con ese pueblo.
El apóstol los reconforta, aunque no tan suavemente pues debía ubicarles en la realidad. Está escrito que sin fe es imposible agradar a Dios, pero la fe no es algo que deba esconderse o guardarse secretamente, mucho menos desperdiciarse con miedos.
La fe, el amor y la esperanza son actitudes, acciones, hechos, prácticas, costumbres: en otras palabras, un modo de vida consagrado a vivir según Cristo. No es palabrería vana, órdenes huecas, mandatos secos, filosofías teóricas, retórica vacía, discursos al aire. Es tener una decisión de demostrar que la palabra de Dios se explica, aplica y replica. El testimonio de Cristo se ve, se cree y se imita.
Si fuera todo solamente palabras ¿no estaríamos todos locos, aturdidos y afónicos?
El ejemplo descrito en los versículos 14 al 16 dicta verdad. Vemos a alguien en desdicha, le llenamos de consejos, regaños, instrucciones, preguntas, pero no movemos un dedo para accionar en ayudarle ¿Será fe? ¡No! ¡Es soberbia e hipocresía!
La fe es hacer las cosas que Cristo quiere hagamos como si fueran hechas para él. Si en el ejemplo anterior en lo que le platicamos, cuestionamos y aconsejamos, también actuamos procurando en primera persona del singular realizar las acciones pertinentes para subsanar una necesidad (dar cobijo, asistencia, refugio, sustento, apoyo económico, referencia para lograr alguna cosa, recomendación para conseguir un beneficio, etc.), esto es actuar con fe. Fe en que sabremos somos los instrumentos de Dios para hacer el bien, obediencia a los mandamientos de Jesucristo, esperanza que el Señor nos restaurará en alguna otra cosa, amor llevado a la práctica.
Por eso versículo 17 sentencia: si en el Señor no tienes acción, estás muerto. ¿Por qué? Porque estás inanimado, no te mueves, no te dejas mover, no quieres moverte. De nada sirve profesar si no se ejemplifica la profesión. Si digo que soy psicólogo porque me gradué de la universidad y tengo el título, pero nunca me apersono en el mundo profesional y llevo a la práctica tales conocimientos, pasado mucho tiempo ¿podré comprobar soy psicólogo? Posiblemente, con términos anticuados y obsoletos, con palabrería cursi que ya es impráctica. Pero nadie me tomará en serio: más viejo y desadaptado al mundo cambiante de las profesiones, al dejar que pase el tiempo y no ejercer y tampoco actualizarme, sería mejor dedicarme a otra cosa ¿verdad? Pues así es en el Señor, si pasado el tiempo se resiste alguien a actuar, entonces es peligroso, porque constituye una rebelión o cobardía.
Un último ejemplo. ¿Qué pasa si el bebé se resiste a nacer porque se siente cómodo dentro del vientre de su madre, o bien, la madre quiere mantener más tiempo a su bebé dentro de sí, porque no quiere que nazca por temor a que le de frío o se enferme? Así quienes no dejan su fe se traduzca en obras por temores o falta de voluntad.
Luego, alguien puede tratar de justificar que no tiene obras, pero sí fe. Imposible, porque aún para ser salvo se necesita actuar (creer, confesar y guardar en su corazón). Estos tres verbos implican acciones concisas. Además, hasta los mismos demonios creen e incluso ellos actúan -tiemblan- porque saben que la ira de Dios está sobre ellos. Así que, si alguien dice que cree, pero no hace nada por demostrarlo, tal fe está muerta.
Finalmente, el apóstol les confronta con dos simbologías a los “teóricos”, esto es, a los actuales teólogos, seres insensatos quienes caen en esta categoría. Quienes dicen, más nunca hacen. El primer ícono es Abraham. Comienza así: Abram creyó a Dios. Dios creyó en las palabras de Abram y, por tanto, Dios actuó cambiándole el nombre. Abraham creyó saliendo de su tierra y parentela. Pero sobre todo creyó cuando iba camino al altar sobre el cual debía ofrecer la vida de su único hijo Isaac, en plena vejez suya. Esto fue un acto de justicia para Dios, porque él nunca dudó que incluso tras la muerte de su único, podría Dios tener la potestad de darle otro hijo, o regresarle a Isaac de entre los muertos. Tanta fe demostrada en sus obras decantó en que sea hasta hoy, honrado Abraham con el título de amigo de Dios. Nadie de esa época tiene tal distinción. Entonces, si el propio Abraham tuvo que realizar acciones específicas para probar su fe no eran solamente palabras bonitas ¿por qué sus descendientes no habrían de hacerlo, y ahora más en Cristo?
Y un ejemplo todavía más preciso: Rahab, una ramera nativa de Jericó. Si ella, al tener cero conocimientos del Dios de Israel, milagros, portentos y ascendencia, tuvo fe en que, si cuidaba y protegía a los espías, ¿quizá escaparía de la muerte? ¿No selló su fe con las obras: ¿esconderlos, alimentarlos e informarles sobre cómo escapar? Y si lo hizo, ¿no era para asegurar su supervivencia y la de los suyos? Por tanto, la fe debe tener un motivo, una razón, un sentido y una vocación. Por eso la genuina fe tiene obras, porque detrás de ella hay acciones. ¿Cuál es el acto de fe con obras? El cordón y la promesa de los espías. Tanto temió y creyó en la profecía del juicio de Dios sobre Jericó que, siendo extranjera, gentil y ramera, que nada de eso importó y el Señor la salvó y no solo eso, permitió que su descendencia formara parte de la propia genealogía del Señor Jesucristo. Su fe la salvó porque actuó, segura que habría de lograr algo (por lo menos su vida) y se le concedió no sólo la vida, sino además la salud, la permanencia de su parentela, la ciudadanía y el ser recordada hasta el día de hoy.
Entonces ¿cómo decir que se tiene fe si no se demuestra? Un cadáver tendido es cualquiera que dice que tiene fe, pero no la demuestra con sus actos.
Tremenda lección amados hermanos nos da el apóstol, pero hermanos comprendamos que el mismo Señor Jesús tuvo que demostrar la fe en su propio Padre al aceptar y ser humano por aproximadamente 33 años, para ser Evangelista, Profeta, Maestro y Salvador en ese tiempo y apegarse a lo humano también. Demostrar su poder con el Espíritu Santo. Demostrar su fortaleza antes de ser apresado. Resistir todo el agravio recibido y finalmente, padecer como malhechor sin serlo. Todo esto hubiese sido imposible si Jesús no hubiera creído que Dios le resucitaría al tercer día, le fortaleciera durante su estadía aquí y diese testimonio de Él.
Si el mismo Señor Jesús demostró que la fe sin obras nada es ¿quién osará decir lo contrario?
Dejamos el testimonio escrito en Santiago 2:14-26. Que el consuelo, la paz, el amor y la fortaleza del Señor Jesucristo sean en todos ustedes amados hermanos. Los amamos y rogamos que el Señor Jesús venga pronto y que se llegue a completar el número de los redimidos, amén.
14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. 18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. 20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? 21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? 23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. 24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. 25 Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? 26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
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