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Amad a vuestros enemigos

Que el amor, gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes amados creyentes y ovejas de nuestro Señor en su espíritu: salud y bendiciones, amén.

Hemos culminado con este número el muy extenso capítulo 5, pues el Espíritu ha acopiado diferentes temas muy importantes en nuestra formación de fe en Cristo. Siguiendo solamente lo de este capítulo encontraremos un crecimiento espiritual muy sustancial con respecto a los recién nacidos en la fe. Los muertos del mundo y los religiosos no entran en esta categoría.

Enfocándonos en Mateo 5:43-44, vemos que el amor es el último tema visto en esta relatoría de sucesos. El Señor Jesucristo deja para el final como tópico culminante la practicidad del amor. El pasaje dice:

43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;

El mandamiento antiguo es que se amase al prójimo y aborrezca al enemigo. Cosa ordenada por Dios por cuanto Él estaba fuera del Hombre y el Espíritu Santo no moraba dentro del Alma. Por tanto, el propósito de la ley era creer en la palabra dada, obedecerla con temor y temblor y observarla celosamente. La naciones gentiles, al no ser incluidas pues algunos pocos valientes que observasen e invocasen al Dios de Israel eran considerados.

Más el Señor Jesucristo con la anuencia del Padre anuncia: “pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los os ultrajan y persiguen…” como reforma donde se emula la obra del Padre para con el Hombre y la acción de Jesucristo sobre sus enemigos en una primera instancia.

Amad a vuestros enemigos significa practicar lo hallado en el Nuevo Testamento en quienes realmente sienten odio sobre nosotros. No puede derrotarse el odio con venganza o más odio, sino con la esencia de Dios: el amor. Amar al enemigo implica ser paciente, tolerante, resistente, prudente, manso y ecuánime. Así como el Señor Jesús cuando estuvo aquí y toleró a los que buscaban su vida.

Bendecid a los que os maldicen es otra entrega de poder divino sobre lo mundano y humano instigado por el diablo. En el texto antiguo se lee que benditos los que te bendijeren y malditos los que te maldijeren, pero es a quienes realmente servían a Jehová, no al pueblo per sé. Pues ahora el mismo Israel es impío, fuera de toda gracia por cuanto niega y no confiesa el nombre de nuestro Señor Jesús. Siendo descendientes de aquellos quienes le dieron muerte, sobre ellos cae una pesada maldición: no hallar en ellos mayor fruto. Pero en Cristo, al nos ser jueces no tenemos tal prerrogativa de responder maldición con maldición, pues como ovejas no somos de esencia contragolpeadora, más bien, pacífica. Bendecimos al expresar palabras tales com desearles la paz de Jesucristo, desear que el amor del Padre tenga cabida en ellos e incluso rogar por sus almas para salvación, de manera que según la medida de la fe se nos conceda y ellos sean redargüidos.

Haced bien a los que os aborrecen, da cuenta de que no solo la actitud y las palabras, sino la acción por cuenta del Espíritu Santo es lo que sigue. El hombre espera retaliación ante una injusticia, agresión o actitud de desprecio. Pero en el Espíritu es la acción de procurar el bien, es decir: evitando su mal, sirviendo en tiempo y forma sin chistar, obedeciendo sin refunfuñar y atendiendo con amor -amabilidad, sinceridad y discreción de palabras-. Pues así sirvió el Señor Jesús a su pueblo mediante la ejecución de milagros: sanidad, resucitación de entre los muertos, alimentación, restauración, liberación de demonios, etcétera.

Orad por los que ultrajan y persiguen es el acto más alto de amor. Cuando la vida se ve en entredicho, la rogativa al Padre es lo que previene que la vida se extermine, pues se pide por la misericordia para quien ruega, para que ese pecado no se tomado en cuenta por los perseguidores, pues muchas veces están engañados. Algunos, los que están ordenados para perdición no reciben más que un indulto, pues sus mismas malas obras los hundirán en aquel día. Pero como dijimos, no somos jueces ni inquisidores, sino víctimas injustamente. Así tiene que proceder la injusticia para que en el día postrero, la justicia del Cordero y del Dios Vivo y Airado se consuman.

Porque ¿cómo podría Dios hacer justicia en favor de los suyos si actúan igual que los muertos? ¿Cómo separar a los justos de los injustos si ambos se comportan igual? ¿Qué mérito espiritual habría si no dejamos que la obra de Cristo se manifieste en nosotros?

Hasta aquí dejamos el primer tema, porque en los siguientes veremos el propósito y consecuencia de obedecer: la promesa que se alcanza tras creer y hacer como se nos solicita.

Que el amor, la gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes, amados hermanos, amén.



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