Amados hermanos en la fe que es por Cristo, la paz, gracia y sabiduría de lo Alto les sea dada en abundancia, por el amor a Cristo Jesús, nuestro Salvador y Maestro, además de Señor, amén. Desde el noreste mexicano, en el Estado de Nuevo León, enviamos nuestras salutaciones y bendiciones de amor fraternal y fe a todo rincón donde este mensaje se lea.
Comenzamos este tema -muy duro, por cierto- que el apóstol Santiago escribe a sus congéneres en la fe cuando experimentaron otro exilio, pero no solamente terrenal, sino espiritual, pues ahora tuvieron que dejar la religión judía para abrazar la fe de nuestro Señor y Mesías prometido de ellos, Jesucristo el Hijo de Dios. Mencionó “tuvieron” porque pareciera entre algunos de ellos todavía no entraban en razón que la renunciación era total y cuestión de vida o muerte. ¿Por qué de vida o muerte? Porque mucho del pueblo judío pereció tontamente al pretender defender un edificio vacío, una ciudad abandonada, una religión maldecida como estéril y una nación enviada hacia el último lugar en el desfile de todas las naciones ante el trono de Dios.
En esos tumultuosos tiempos, donde la duda y el extrañamiento ante los sucesos de humillación estaban a la orden del día, muchos creyentes aún albergaban en su corazón un falso nacionalismo judío, algunos pensaban que era otra vez retomar las armas como en los relatos ya antiguos, para que otro reino terrenal surgiese de nuevo y restaurar humanamente la “gloria de Israel, el pueblo de Dios”. Pero ahora, no era hacia una ciudad o nación donde Su Dios les enviaba cautivos: sino más bien, los liberó del claustro religioso del judaísmo por medio de Cristo hacia todo el mundo para predicar y salvar a muchos otros.
Con este contexto inicia la explicación, puesto que Santiago es duro desde el primer versículo, donde mucho del daño fue por su continua rebeldía a todo: no solo a Dios, sino a los hombres (la autoridad de Roma sobre ellos permitida por Dios). Y si esto fuera poco, entre ellos mismos: fariseos contra saduceos, ricos contra pobres, judíos contra gentiles, creyentes contra los impíos, sabios contra indoctos y los persistentes en Cristo contra los que querían imponer la ley.
Codiciosos les llama el apóstol. Querían todo a cambio de nada. Añoraban maliciosamente la restauración del reino terrenal, no el espiritual. Querían simuladamente otro Mesías aparte de Cristo que los liderara a la guerra. Oían las enseñanzas acerca del perdón, la mansedumbre, la paz y la misericordia; aunque su corazón ardía por la violencia, el asalto, el despojo, la conquista, la venganza y el derramamiento de sangre.
Sentencia fuerte: “no tenéis lo que deseáis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. ¡Señor Jesucristo, cuánta dureza! Mas era necesario porque el apóstol debió sentirse demasiado agobiado ante tanta insolencia al interior de las congregaciones, leudándose de esta rebeldía gangrenosa. Me lleva a pensar en el Espíritu que no pedían por la propagación del evangelio, sino por un líder guerrero. No pedían por los colaboradores de Cristo en la forma de evangelistas y apóstoles, sino que los conspiradores fueran exitosos. No rogaban por ser llenos del Espíritu, sino que albergaban avaricia, codicia, odio, resentimiento, envidia y maldad algunos de ellos. Algunos otros pedían ser ricos y poderosos, influyentes para ser “alguien” en lo terrenal y político. A billetazos someter, comprar y tener voluntades y propiedades a su dominio.
Pero el cuarto versículo desenmascara sus verdaderas intenciones:
4 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
Así de plano, el mismo Dios instruye al apóstol por medio del Espíritu Santo hablar a estos hermanos salidos de la religión israelita que de una buena vez entiendan que Él había desechado ya todo tacto y trato con el mundo, concesionado al príncipe de este mundo. Dios ama al mundo, pero no la maldad del mundo. Dios ama al mundo por causa del hombre, no al hombre por causa del mundo. De manera que, cualquier alma prefiera establecer su confianza, amor, lealtad y vida al mundo, ésta se constituye enemiga de Dios por decisión propia. Así lo advierte el apóstol para que los hermanos reaccionen, abran los ojos, se espanten del craso error en el que están e inmediatamente retornen a los brazos del Señor.
Porque el Señor celoso es de su palabra, Justo y Sabio. Si Él desecha la maldad del mundo ¿por qué nosotros no habríamos de hacerlo? Luego en el versículo sexto que Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. El camino del judaísmo constituye el camino hacia la soberbia; mientras que el camino de Cristo, lleva a la gracia por la humildad. En general, esta máxima se aplica en toda la Creación.
Da una pista Santiago a la hermandad dispersa: resistid al diablo y él huirá de vosotros. No estamos más hechos para luchar sino a resistir. No más ofensiva, solo defensiva. Es algo muy difícil de pedir al judío (en general a cualquier persona): renunciarse al orgullo inmerso en su carne, sus ancestros y su fama antigua. El enemigo busca crear contiendas no acuerdos. Busca dividir y no la unidad. Por eso hay que resistir estos deseos tan sutiles y seductores. Pero no basta con resistir sino con acercarse a Dios para que en consecuencia Él se acerque a nosotros. Y no que esté lejano, sino que el hombre le tiene fuera de su entorno y espacio.
A dos diferentes tipos de oyentes duros, les pide algunas cosas:
8 … Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.
Es necesario el quebranto porque así lo malo se desparrama y se pierde en el infinito espacio. Luego el envase se restaura por Cristo y se llena de amor, fe, esperanza y buenas obras.
Cierra el apóstol con la promesa eterna:
10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Con esto, deja con la garantía que nadie queda en orfandad delante de Dios. Si él ha prometido esto, entonces hay que creerlo y tomarlo. En especial quienes en la carne se jactan de algo o muchas cosas. La soberbia no tiene cabida alguna en la doctrina de Cristo, sino la humildad. Estar así en humillación trae consigo la gracia y restauración del Padre.
Dejamos a continuación el texto que fundamenta este tema, hallado en Santiago 4:1-10.
La paz del Señor Jesucristo es en todos ustedes amados hermanos, amén.
4 ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. 4 !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. 5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? 6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. 7 Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. 8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. 9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
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