Amados hermanos en Jesucristo, La Paz, gracia y sabiduría del Señor Jesucristo sean en su espíritu, amados lectores y creyentes.
Iniciamos el segundo capítulo con un tema corto y sencillo pero muy práctico saberlo porque en este punto ya deberíamos tener el hambre y la sed de procurar ser sabios para la salvación.
Este tema es la seguridad que tenemos de la salvación, precisamente. Un antídoto eficaz contra esos evangelios malvados que dicen que la salvación se pierde, que el infierno está a la vuelta de la esquina y que la condenación está enfrente de las narices de los creyentes.
El apóstol Juan -inspirado por el Espíritu Santo y derrochando mucho amor de Jesucristo en su carta- nos previene que no deseemos pecar ni permanecer en pecado (o sea: no dice que dejemos de pecar, sino que dejemos de hacer las cosas de Cristo por pecar); y además, en caso que hayamos caído en debilidad (pues al ser carne tenemos lucha constante contra ella y en algunas ocasiones puede suceder que caigamos seducidos por ella), el mismo Señor Jesucristo será nuestro abogado defensor. No que el Padre nos enjuicie o acuse, sino que el Señor Jesús, al haber vivido en la carne, sabe nuestra situación y en esto basa su defensa.
Tan es así que, mientras esté todavía sentado a la diestra del Padre (no venga aún) los pecados de todos pueden ser perdonados: la misericordia del Padre continúa vigente y Jesucristo ruega que no seamos raídos los creyentes o castigados junto con los impíos. Por eso es importante que roguemos por dos cosas:
A) sean salvos todos los que sea posible salvar y completar el número de los redimidos y si hay valientes todavía, que arrebaten el reino.
B) venga el Señor Jesucristo para que nosotros seamos separados de los malos, rescatados, redimidos y restaurados a nuestra verdadera imagen y vocación.
Sin embargo, hay una condición para esto: guardar los mandamientos de Jesucristo el Justo.
Quien diga es de Cristo y con sus hechos demuestra lo contrario, miente y la verdad (Cristo) no está en esa persona. Habrá conocimiento, letra muerta, ley, religión, tradiciones o costumbres, pero Jesucristo viviendo en esa persona, no.
Quien diga que es de Cristo y en efecto, guarda sus mandamientos, en esta persona vive la Deidad, el Espíritu Santo se fortalece y sus hechos cumplen y demuestran lo escrito en el nuevo pacto, testamento donde se encuentran escritos los mandamientos de nuestro Señor Jesucristo.
La premisa anterior descansa en esta afirmación verdadera: el que dice permanecer en él, debe andar como él anduvo.
De manera que, amados hermanos, examen de conciencia hay que realizar para que sepamos en cuál de los dos escenarios están. Así podrán adecuar su vida para que el abogado celestial para la Humanidad: Jesucristo, el Hijo de Dios, tome su caso y le defienda y por medio de él todas las promesas sean cumplidas en ustedes.
Dejamos lo escrito en 1a Juan 2:1-6 a su consideración, meditación y edificación.
La Paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, amén. El Espíritu y la iglesia claman: “¡Ven Señor Jesús!”, amén.
1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. 3 Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. 4 El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; 5 pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. 6 El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
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