Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
- Cuerpo Editorial

- 6 sept 2020
- 5 Min. de lectura

Amados hermanos, lectores de este blog: la paz, gracia, amor, fortaleza y sabiduría del Señor Jesucristo esté en ustedes, en su Espíritu, rebosante como monzón para que fluya en ustedes y sean testimonio fulgurante ante nuestro Señor.
Veremos ahora el capítulo 7 de Hebreos, donde el autor vuelve a retomar el tema de Melquisedec, para convencer a los hermanos de origen israelita el valor de Jesús de Nazareth para con el Dios de Abraham.
Inicia dando la referencia del perfil de Melquisedec, primer sacerdote del Dios Altísimo, rey de Salem, quien no tiene genealogía ni fin de días, según lo escrito, es decir un personaje eterno. Posee la divinidad del Señor Jesús, pero no es el Hijo, sino digámoslo así, el mayordomo de Dios. Durante el paso de la vida de Melquisedec en la tierra, tuvo la honra y respeto incluso de Abraham (quienes ahora en día lo encumbran como un personaje top 10 de la biblia) quien le proveyó de diezmos.
Tiempo después se estableció el sacerdocio de Aarón, quien como Abraham, que debía recibir diezmo (aunque ahora para manutención y no ofrenda de amor) de los demás hermanos. Pero para quienes santifican en exceso el sacerdocio de Aarón, también Aarón pagó tributo a Melquisedec para recibir bendición -pues todavía no nacía, pero se interpreta el menor nivel de jerarquía entre estos sacerdocios- luego el sacerdocio de Aarón, por la bendición de Melquisedec sobre Abraham, fue dignificado.
En el versículo 11, el autor por el Espíritu revela la imperfección del sacerdocio aarónico, pues debió ser bendecido primero por Melquisedec, mayor sacerdote de Dios en ese entonces- y cuando vino Jesús a la tierra, siendo de otra tribu, la de Judá, y siendo el Príncipe Heredero al Trono de Jerusalén debía también ejercer el sacerdocio (como ya se explicó). Judá sabemos que no tuvo relación alguna en el sacerdocio aarónico, más bien debía tributar a Aarón, conforme a la antigua ley.
Más con Cristo, al cambiar la ley, debía cambiar el ministerio del sacerdocio, de manera que este nuevo sacerdocio es mayor y mejor al aarónico. Según el orden dado por Melquisedec llega Cristo, para perfeccionar de una vez por todas las deficiencias y limitaciones del anterior sacerdocio (pecado a expiar por el propio sacerdote en turno, la eventual muerte del sacerdote en turno) siendo puro el sacerdote para no expiar por sí mismo nunca más antes que al pueblo, sino solamente al pueblo; y eterno, es decir sea irremplazable. Esta es la otra razón por la que el Señor envió a Su Hijo: a ministrar santidad a su pueblo, vida eterna y gozo, rompiéndoles las cadenas y las ataduras de la ley mosaica, dando libertad y esperanza cerca de Dios.
El versículo 20 es contundente: el sacerdocio aarónico fue un mandato, una carga impuesta con la cual Dios no se vio en la necesidad de jurar por ella. Pero el Mesías, el Enviado, ahora sí el mismísimo Padre firmó de aval con Su juramento para validar la decisión de establecer el sacerdocio de Cristo en Israel, por encima del aarónico, sustituyéndolo; y conforme al rito de Melquisedec, superándolo. De manera que Jesús fue el Cordero sacrificado conforme a este rito para ser la expiación de todos los pecados; al ser resucitado toma el sacerdocio para siempre, no requiriendo más el servicio de Melquisedec, quien el Señor tendrá otros propósitos.
En cuanto al sacerdocio en tiempos de la ley, mencionamos ya la ley y la propia imperfección de los sacerdotes hizo mella en la eficacia de ese ministerio, Cristo ahora asume esa función como dice el versículo 26: porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos; toda la burocracia desaparece y es directa la comunicación con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo, el Único Sumo Sacerdote quien ministra expiación de pecados a quien entre los hijos de Israel le creen como el Señor, el Hijo de Dios, de una vez y para siempre, así también ellos se ven liberados del rito mosaico y pasan al gozo de Su Señor: una vida plena, guiada por el Espíritu Santo.
Entonces el sacerdocio del Hijo es perfecto porque está validado por el propio juramento del Padre, Quien lo unge y al ser eterno, nunca cesará de ministrar, amén.
Dejamos todo el capítulo 7 para su consideración. La paz del Señor Jesús, sea en ustedes amados lectores, amén.
7 Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, 2 a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; 3 sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. 4 Considerad, pues, cuán grande era éste, a quien aun Abraham el patriarca dio diezmos del botín. 5 Ciertamente los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también hayan salido de los lomos de Abraham. 6 Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. 7 Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor. 8 Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive. 9 Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; 10 porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro. 11 Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón? 12 Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; 13 y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. 14 Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. 15 Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, 16 no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible.
17 Pues se da testimonio de él:
Tú eres sacerdote para siempre,
Según el orden de Melquisedec.
18 Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia 19 (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. 20 Y esto no fue hecho sin juramento;
21 porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo:
Juró el Señor, y no se arrepentirá:
Tú eres sacerdote para siempre,
Según el orden de Melquisedec. m
22 Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. 23 Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; 24 mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; 25 por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. 26 Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; 27 que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28 Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.




Comentarios