Primera carta a los hermanos de la iglesia de Jesucristo, establecidos en el reino de España
- Cuerpo Editorial
- 26 may 2019
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Paz, amor y gracia del Señor Jesucristo esté en llenura a todos los hermanos amados en aquél lejano país europeo. Desde el otro lado del mar, en la llanura del noreste de México, una de las muchas manadas pequeñas guardadas celosamente bajo el espíritu de Filadelfia mandamos un ósculo santo y muchos saludos en esta carta primera, que esperemos en el Señor no sea la última para edificarnos en el amor de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Nuestro amado Señor ya nos ha puesto en la conciencia que ante él en cuanto a salvación se refiere no hay judío ni griego, esclavos, no hay hombre ni mujer ni condenación alguna.
Antes bien todos somos hechos salvos por su gracia, al morir una vez en la cruz, descender al lugar de los muertos y resucitar al tercer día con tal portento que hasta el día de hoy creemos en estos hechos con total seguridad. Amados hermanos: la situación actual en muchos términos no es halagüeña para ninguna nación.
Todas tienen muchos retos, enemistades, situaciones pasadas que conllevan a rencores y recordatorios poco prudentes, pero en este contexto nosotros simple y llanamente debemos decir: “yo paso de esto”. ¿Por qué? Por que somos llamados a ser testimonio de libertad, amor y perdón.
Jesucristo vino a enseñarnos eso. Cuando vino a los suyos, les expresó la buena y nueva voluntad de Dios para con su nación Israel. Quiso Dios dejar de ser un Dios lejano y ser un Padre cercano. Y para esto vino Jesús de Nazaret, mas, ¿qué pasó? Que su pueblo, carcomido por su pasado, cegados por su desamor y entorpecidos por su sed de venganza no oyeron, sino que lo desecharon, denostándole, haciendo menos de sus milagros, obras y mensajes.
Quería el sanedrín volver a la fastuosidad de los ritos antiguos, haciéndose ver como la capital religiosa del mundo, sin considerar a Jehová. Desearon usar a Dios como un genio de la lámpara, que destruyera a todos sus enemigos (Roma, egipcios, los descendientes de los otros reinos y pueblos de sirios y babilónicos, etcétera) a placer de ellos; quería el pueblo tener a otro rey David que reconquistara todos los territorios perdidos y diera la gloria a toda la tierra israelita que contaba en las memorias escritas; quería la nación un profeta y líder como Moisés, Samuel, Elías y Eliseo que con solo el poder de su boca consumiese a todos los detractores y humilladores de su pueblo.
Pero tuvieron a Jesús. Nada comparado a su deseo terrenal. El Señor Jesucristo no los representó en lo absoluto. Pocos creyeron y otros le siguieron. Pero no importó. El Señor Jesús vino entonces a conocer su realidad y a demostrarles conforme pasó el tiempo a que estaban equivocados, que el reino que Dios quería no era Jerusalén propiamente, ni el templo y tampoco el lugar santísimo… ¡Era su corazón, la capital del reino! ¡Esa es la Jerusalén que Dios quiere para sí!
Ya luego todos conocemos lo que pasó, dejaron ir la oportunidad de su vida. Toda esa generación se auto maldijo por haberlo despreciado y ahora Israel es la última nación de todas en cuanto a gracia de Jesucristo, por quién ahora es la salvación del género humano.
Así mismo, entre nosotros hermanos amados, no podemos albergar disensiones, desacuerdos, enemistades, envidias, malos deseos ni rencores. Porque tanto ustedes como nosotros somos de Cristo, todos somos iguales. Todos aspiramos al mismo fin, estar en la eternidad al lado de Dios, según nuestros galardones ganados.
No podemos dejar el espíritu separador del mundo haga mella en nuestro corazón. Ellos así están creados, los que siguen ahí y tanto la función nuestra como la suya es orar por las autoridades, que se sometan a Dios y sirvan para su propósito que son tres:
a) premiar al que hace el bien
b) castigar al que hace el mal
c) permitir la propagación del evangelio de Cristo
Y lo demás, es añadidura del Padre, por misericordia suya y amor a nosotros, su familia dispersa en todo el planeta. Imposible que Dios tenga preferencia única por una nación en particular, porque estos modelos son impuestos por el hombre y por tanto, imperfectos y corruptos.
Así que no cometamos el mismo error que la nación de Israel que dejó todo por una tonta idea de venganza. ¿Qué no dice el mismo Dios y Señor a quien ellos despreciaron (y que ahora es nuestro Padre): “Mía es la venganza, yo pagaré”? Nosotros siempre preferiremos esta verdadera justicia divina a una corruptible humana.
Si la gente se divide, nos uniremos más en torno a Jesucristo; si la gente se une, nos mantendremos unidos en torno a Cristo; si se pelean y discuten, nosotros apartados por y para Cristo. Si se recuerdan pecados del pasado, nuestro presente y futuro es Cristo.
Nuestro reino no es de este mundo, como tampoco lo es de Cristo, y junto con él, reinaremos. Ahí sí, todos compartiremos el mismo gentilicio, ser parte de la nación espiritual de Dios, estaremos de su lado siempre. Y solo habrá dos lados: los salvos y los condenados.
Así que, amados hermanos, nada tememos, sino que en Cristo estamos a salvo. Nada debemos, porque todo lo pagó Cristo. No estamos atados a nada de este mundo porque Cristo nos liberó. Por tanto, amados míos, huid de las contiendas estériles y guardaros en el amor y paz que nuestro Señor, nos ha mandado hacer. Que la paz, gracia, y amor de Jesucristo sea pleno en ustedes, sabiendo que el Señor viene por ustedes, por nosotros y cualquiera que le confiese como el Hijo de Dios, amén.