Si alguno está persuadido en sí mismo que es de Cristo… así también nosotros somos de Cristo
- Cuerpo Editorial
- 3 feb 2019
- 3 Min. de lectura

A toda congregación de nuestro Bendito Cordero de Dios, bendiciones espirituales sean concedidas en abundancia, amén.
En el presente capítulo de la segunda carta a los Corintios, el décimo, el apóstol Pablo sube los decibeles en la actitud de no justificar y de someter toda voz de rebelión y anarquía al interior de la iglesia establecida en Corinto.
El lenguaje en el que está redactado este mensaje, el apóstol no está complacido y sí está muy ansioso de demostrar y confrontar de una vez por todas -si el Señor se lo concediese- a esos que, a decir de Pablo, se jactaban así mismos como los enviados, revelados, elegidos y despreciaban el ministerio del apostolado de Pablo, denostándolo en su ausencia.
Pablo mismo especifica que, aunque él también podría decir que es alguien delante de cualquiera con respecto a Cristo, no lo hace y no porque no pueda o tenga el derecho, sino que el mismo Espíritu le impone un espíritu de sobriedad y humildad, puesto que él había aprendido que era el Padre el Operador de otra obra de evangelización.
Este momento es el adecuado para el apóstol en decir que todo lo que ha hecho, logrado y sufrido es por y para Jesucristo. Y lo hace no para vanagloriarse soberbiamente sino para demostrar el genuino celo por el evangelio de Cristo.
Y termina tajantemente con este corolario: Más el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba. Damos el fundamento teórico del capítulo comentado.
Que la paz y gracia del Señor Jesucristo estén siempre en ustedes amados lectores, amén.
2 Corintios 10
Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, más ausente soy osado para con vosotros; 2 ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne. 3 Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 5 derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, 6 y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta. 7 Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está persuadido en sí mismo que es de Cristo, esto también piense por sí mismo, que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo. 8 Porque aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad, la cual el Señor nos dio para edificación y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré; 9 para que no parezca como que os quiero amedrentar por cartas. 10 Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; más la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable. 11 Esto tenga en cuenta tal persona, que así como somos en la palabra por cartas, estando ausentes, lo seremos también en hechos, estando presentes. 12 Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos. 13 Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida, para llegar también hasta vosotros. 14 Porque no nos hemos extralimitado, como si no llegásemos hasta vosotros, pues fuimos los primeros en llegar hasta vosotros con el evangelio de Cristo. 15 No nos gloriamos desmedidamente en trabajos ajenos, sino que esperamos que conforme crezca vuestra fe seremos muy engrandecidos entre vosotros, conforme a nuestra regla; 16 y que anunciaremos el evangelio en los lugares más allá de vosotros, sin entrar en la obra de otro para gloriarnos en lo que ya estaba preparado. 17 Más el que se gloría, gloríese en el Señor; 18 porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba.