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Foto del escritorCuerpo Editorial

Editorial 175


Amados hermanos, paz y gracia de nuestro Señor Jesucristo sean plenos en sus almas, saludos.


Pues bien, en estos días he notado que hemos perdido la perspectiva de saber quiénes somos o qué somos con respecto a Dios y al mundo. Por principio de cuentas nosotros, los que seguimos los pasos del Señor, NO debemos olvidar que somos parte de una nación que no pertenece a este mundo. Según la escritura, nos es revelado mediante el Espíritu Santo que esta nación existe y su soberano que ejerce como Rey y Dios hace la función de Padre.


No podemos perder nuestra identidad aun cuando estamos imbuidos en este mundo, en esta tierra, porque también el apóstol Pablo nos habla de una ciudadanía de la cual, siendo nosotros poseedores por medio del sello de Jesucristo, nos da a entender que también otros que no la poseen actualmente pueden ser acreedores a ella de igual manera.


¿Qué es una embajada? Una embajada es una representación física del gobierno actual de un país dentro del territorio en otro estado extranjero. Por lo tanto, es una extensión del territorio del país de donde se es originario. ¿Qué quiero decir con esto? Que el apóstol Pablo nos dio una referencia precisa de nuestra función aquí. Nos llama EMBAJADORES porque somos representantes de la nación santa de Dios en esta tierra. No somos poseedores ni conquistadores, sino negociadores y auditores que las políticas de nuestra nación sean observadas. Que nuestros ciudadanos tengan la confianza que no están solos.


Mucha gente cree que somos el nuevo Israel, que somos los nuevos judíos, cosa más falsa y más diabólica. He aquí somos más que Israel, porque ellos fueron una nación donde el Padre fue su Dios y ellos aceptaron ser sus vasallos nosotros somos una extensión de esa nación basada en un lazo familiar: somos sus hijos.


Nuestra función es administrar los recursos espirituales de Dios en esta tierra. Dar testimonio de Jesucristo, quien es el actual Monarca y Señor de esta nación es quien da el pasaporte con tan solo confesarle y reconocer que él es el HIJO DE DIOS. Su poder trasciende todo lo físico y espiritual de esta tierra, por lo tanto, lo que esté aquí no le interesa poseer. Y nosotros como representantes legales de él, tampoco deberíamos preocuparnos de más en poseer cosas aquí, pues llegado el tiempo de regresar a la Patria celestial dejaremos todo aquí.


En cuando al edificio al cual se le denomina “embajada” son nuestros propios cuerpos, los templos vivientes y no una edificación de materiales que caducan y se derrumban.


Nuestra forma de generar riqueza con respecto a Dios y a Jesucristo es mediante el testimonio ante el mundo, que genera que más extranjeros adopten nuestra ciudadanía y que su evangelio (que vendría haciendo una agencia de promoción de beneficios eternos al ser ciudadanos) sea facilitado por sus representantes más ágiles (evangelistas y apóstoles).

Debemos de actuar como una ciudadanía fiel a su Rey y Señor, orgullosos y nada temerosos de decir dónde pertenecemos y hacia dónde vamos.


Con respecto del mundo, somos adversarios políticos y económicos. Por eso no debemos perder energías con sus representantes discutiendo. Es simplemente trabajar en pro de nuestro Señor, ver por sus intereses aquí lo mejor posible, cuyo teléfono rojo es la oración por medio del Espíritu Santo, quien nos asesora gratuitamente en la toma de decisiones.


No podemos perder tiempo añorando, envidiando, tener avaricia porque nuestras inversiones no debemos tenerlas aquí, sino en la eternidad. Es allá donde debemos poner nuestro real interés de ser alguien, de ser ricos, guardándonos y expandiendo esta ciudadanía a los que aún son extranjeros.


Si somos fieles en lo poco, en lo mucho seremos más. Pero si en lo poco no somos fieles, ciertamente en lo mucho tampoco lo seremos. Pero la pregunta aquí es:


¿Los intereses de quién son los que cuidamos más celosamente?


No echen en saco roto esta amonestación de amor, porque si somos algo y alguien es por nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador. Que el amor de Jesucristo sobreabunde en su espíritu, amén.

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