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El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 11 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

El capítulo 3 de Juan es toda una relación portentosa de la verdad de Dios para dar a conocer su voluntad, nunca como hoy el evangelio pudo haber sido tan claro y entendible para el hombre. Si las religiones y las denominaciones del mundo dieran a conocer este mensaje a sus correligionarios quedarian desnudas, vacías y al descubierto de sus falsos mensajes, tradiciones superefluas y mentiras de su fundamento.


La lectura del siguiente pasaje es un aliento a dejar de creer de una vez por todas, el falso evangelio que pregonan los que se dicen ser de Dios pero no lo son sino que son engañadores de conocer la voluntad de Dios.


Muchos han hecho del versículo 16 de este capítulo 3 de Juan el versículo más publicitado y conocido, en cambio las religiones mentirosas no dan a conocer estos versículos y engañan con maquinaciones y enredos en otras afirmaciones que no menciona la escritura del nuevo pacto.


Se transcribirán los siguientes versículos a fin de que comprendamos el gran misterio revelado por Jesucristo de la sabiduría de Dios. Leamos con atención este anuncio: puede ser de vital importancia para tener vida eterna.


Juan 3:16-21 16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.


La única voluntad del Padre que solicta al hombre es creer. Primeramente este mensaje está dedicado para Nicodemo, luego al clero y pueblo judío y posteriormente a los hombres de esta generación. En el versículo 18 establece claramente la condición del hombre que cree y enseguida viene el juicio de condenación: menospreciar la voluntad del Padre al no creer en el envío de su Hijo Jesucristo es un acto de rebeldía que pone en un estado o condición de haber sido hallado culpable. No es un destierro a un lugar o un encadenamiento de sufrimiento: la condenación constituye un castigo de resultados letales para la vida de los incrédulos. El pueblo judío no creyó y sus consecuencias han sido devastadoras aun hasta la fecha.


En el versículo 19 el Señor Jesús no deja a Nicodemo resquicio alguno para evadir la incredulidad al sentenciar con las siguientes palabras el conocimiento y estado de los que no creen: 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.


El pueblo judío estaba señalado de que ellos no deseaban de Dios su amor y misericordia porque ellos deseaban lo material, lo perecedero, la codicia a las cosas del mundo y se dejaron llevar por la sensualidad de la avaricia.


Como ya lo habíamos señalado estas palabras se las dijo a Nicodemo, él de seguro no la entendió pero si la creyó y eso le valió para seguir hasta la muerte del Señor Jesucristo y contemplado como discípulo para salvación, cumplió con el requisito de creer. El versículo 19 tiene una relación importante con el versículo 36: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. Y lo envía a otro estado imposible de superar: la ira de Dios está sobre él.


Tiene sus consecuencias aferrarte a las religiones del mundo, aférrate al evangelio del Señor Jesucristo, átalas a tu corazón y mente, confiesa e invoca que Jesucristo es el Hijo de Dios es tu pasaporte a la vida eterna y a una vida espiritual de poder, de amor y de fe. Amén.

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