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TRES PECADOS MUY PELIGROSOS - La rebeldía - (Tema 1 de 3)

Los hermanos en la fe de Jesucristo, los hijos de Dios por su gracia concedida a nuestros amados y apreciados espiritualmente lectores esparcidos en todo el orbe: Paz y amor de nuestro Buen Pastor y Obispo de nuestras almas, nuestro Señor Jesús sean prodigadas a ustedes, saludos.


Como está escrito y como todos sabemos, la naturaleza del hombre es pecado. Nacimos y estamos impregnados de éste como una fina película que nos recubre imposible de despegar. Pero en Jesucristo, al vencer el pecado, la muerte y al malo en la cruz, nos libera de esa condenación al pasarnos de muerte a vida con tan sólo confesarle como el Hijo de Dios, su Enviado para traernos el mensaje de salvación.


Por tanto, es menester que sigamos pecando, no como para hacerlo en libertinaje sino para que Él es quien hace la obra en nosotros de lavarnos continuamente y esta fina película se desprenda de nuestro cuerpo gradualmente desde el punto de vista espiritual. El mismo apóstol Pablo nos dice que la salvación viene por Jesucristo y no por nosotros.


Pero dentro del enorme catálogo de pecados, hay al menos tres que deben ser extirpados casi de inmediato y es responsabilidad nuestra no caer en ellos cuales embudos que nos llevan a un muy mal estado espiritual. Seremos muy claros: ser juiciosos, prudentes, atentos a lo que hacemos o decimos, el dominio propio, la oración y la fe son las cosas que el Señor puso en muestras manos para evitar lo anterior. Se tomarán tres capítulos siendo este el primero de ellos para brevemente explicar éstos tres pecados: La rebeldía, la traición y la mentira.


1. La Rebeldía.


Desde la mismísima creación Dios tuvo que lidiar con este pecado. Surgió dentro del ser espiritual conocido como Lucero, aquél ángel que cayó en desgracia del Hacedor por tratar de usurpar algo que no le correspondía nunca: el trono de Dios y el título de Dios.


Básicamente, la rebeldía se resume como la incapacidad de una persona de reconocer la autoridad de alguien sobre ella. Consiste en el deseo de restar legitimidad a esa autoridad y busca compinches que le ayuden a destruirla. Y además, implica las acciones que llevan a derribar a tal autoridad para desaparecerla y tomar el lugar de ésta.


Podremos buscar en toda la historia y hallaremos que la rebeldía es en sí una perversión del deseo de libertad ante un gobierno o administrador determinado, bueno o malo. Para empezar toda autoridad es impuesta o permitida por Dios para administrar a los hombres en esta tierra. Luego hombres contumaces buscan destruir el equilibrio, tomando “la justicia por sus propias manos” en lugar de pedir y clamar al Padre por justicia ante las injusticias de tal gobierno. Muchos de los cabecillas de rebeliones, revoluciones murieron sin ver el fruto de sus acciones. Otros perecieron de la misma forma, a espada y con violencia.


El punto, mis queridos lectores, es que nosotros NO debemos permitir semejante mal ocurra en nuestro entorno, porque este pecado no tiene perdón en el sentido que no se puede pasar por alto y exige un precio muy alto para quien(es) lo comete(n) y practica(n). Nosotros no somos llamados a ser rebeldes, sino santos, apartados. No debemos gestionar o sugerir rebeldía ante nadie, por ningún motivo o circunstancia, por apremiante que sea. Pues nosotros somos llamados en parte a vituperio para Dios haga SU JUSTICIA EN NOSOTROS (nuestra verdadera victoria) sin necesidad de mancharnos las manos ante temeraria acción de ser rebeldes.


El príncipe de este mundo es rebelde. El mundo es rebelde. La humanidad es rebelde. Nosotros, como hijos NO. No podemos ser rebeldes ante nuestro Padre, porque los tres primeros perecerán a su debido tiempo, pero quien dentro de la fe sea rebelde será muy justa y duramente castigada semejante falta. Pero en el Espíritu no llegaremos a tal extremo. Por eso es necesario estar en el Espíritu y practicando lo anterior escrito.


Y ésa es nuestra tarea: mostrar al mundo y a su príncipe que Dios siempre tiene solución, que están en error. Porque confiando en que Dios restaurará, ÉL juzgará a quien nos haga sufrir injustamente, sea quien sea, autoridad o persona, a su tiempo y no habrá rescate o quién le ayude a esos injustos que estaban en autoridad. Por eso Jesucristo jamás emitió palabras en su defensa cuando estaba ante Pilatos: en parte porque era necesario que padeciese por nosotros pero también porque nos ejemplificó en vida que ante un juicio injusto en el Espíritu habría de vencer al mundo. De igual modo los que han padecido injusticias deben clamar al Padre por auxilio pronto en la adversidad.


En pocas palabras, no podemos usar las herramientas del mundo, sino las provistas por Dios a través de Jesucristo. Amados míos, ciertamente para algunos es muy difícil precisar estas palabras, pero rogamos encarecidamente al Padre por medio de Jesucristo que les abra el entendimiento acerca de este tópico. Baste decir que nosotros como hijos de luz, no somos rebeldes, sino mansos y pacientes para esperar la victoria, en Jesucristo, Señor nuestro.


Si en el trabajo, escuela, casa, país, departamento, estado o provincia, condado o municipio enfrentamos injusticia, debemos rogar al Padre por su intervención con oración, súplica fervorosa y paciencia con fe llena de esperanza en sus corazones. Lágrimas y denuedo constante para que Él los libere de esa situación.


Hasta aquí el primer punto, en otro blog se tratará el segundo contenido, que es la traición y en el tercero, la mentira. Gracia y sabiduría de lo Alto sean concedidas en sus almas por medio del Señor Jesucristo, Amén.

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