Amados lectores nuestros, gracia y paz de nuestro Amado Autor de nuestra fe, Jesucristo, sobreabunde en sus espíritus donde sea que se encuentren, Saludos.
Pues bien, en estas épocas decembrinas es cuando todo ser humano se inspira y llena de buenos deseos, ánimos para convivir, comprar y regalar infinidad de cosas a sus seres queridos. Se espera hacia la tercera/cuarta semana del mes para celebrar muchas cosas con una fastuosa cena y según la región del mundo donde se encuentre, practicar diferentes rituales religiosos.
Amados míos, eso es el espíritu del mundo, del enemigo de Dios. Porque al terminar todo lo anterior, se despiertan las personas con resacas, gastos extras, pleitos, malentendidos, preocupaciones y temores porque el nuevo año se acerca.
Les puedo asegurar que lo único que demanda Dios (entre otras cosas) es la misericordia, que se practique entre unos y otros de manera desinteresada y lo más a menudo posible. Pero ¿qué es la misericordia?
Es mostrar piedad a quien la requiera, ayudar a quien nos suplica auxilio, dar sabios consejos a los indoctos, enseñar lo bueno a los menores, practicar el amor no fingido, alimentar a los que tengan hambre cuando se pueda, proveer vestido a os desnudos en lo que sea posible, entre otras cosas. Y todo lo anterior y aún más, en solemne discreción, para que el Altísimo Dios que mora en los cielos sea testigo secreto de esos actos y sea quien te recompense con misericordia cuando seas tu quien la requiera.
No es hacer donaciones públicas con el fin de evadir o subsanar impuestos, tampoco regalar objetos que nos sobran o sean inservibles, sino aquellos que sean de primera necesidad para el afligido. Mucho menos dar cosas a organizaciones humanas que de algún modo u otro lucran con ese noble gesto de la misericordia.
La verdadera misericordia se ejerce en tu entorno, con el prójimo cercano a ti, porque si yo vivo en México ¿cómo podría yo ayudar a vencer la hambruna en Haití o África, sabiendo que en mi propio país también la hay? Puesto que el mismísimo Dios dice: “Misericordia quiero y no sacrificio”.
Dios desechó los sacrificios porque los judíos perdieron el significado de la misericordia y prefirieron darle valor a un ritual vano y en estos días abominable a Sus ojos. El olor fragante es la fe y el amor con que se practica la misericordia, no los objetos o acciones que se dan o realizan.
El mayor acto de misericordia que Dios ha dispensado hacia la humanidad es precisamente el sacrificio de Jesucristo mismo cual oveja, siguiendo los preceptos de la ley que le impuso a Moisés siglos atrás a fin de NO ABROGARLA, SINO CUMPLIRLA COMPLETAMENTE, y de esa forma estar SOBRE la Ley dada a los judíos.
Es por eso que ahora Dios, nuestro Padre, NO NOS EXIGE SACRIFICIOS, sino practicar la misericordia que Él nos enseñó a través de nuestro Señor Jesucristo ahora a nuestros semejantes. Pues el sacrificio en sí es que nuestra voluntad sea presta a obedecerle y que el olor fragante deleite a Su Majestad Celestial en su gloria en las Alturas.
Si eso hacemos, estaremos seguros que Él, el Padre, atenderá cualquier caso a nuestro favor y nuestro Señor Jesucristo estará muy complacido de nuestra humilde obediencia. Seamos pues, prudentes y sobrios, porque no es menester actuar como locos a diestra y siniestra, sino como se ha mencionado antes, en amor, fe y secrecía.
Amados lectores, sean estas letras un aliciente a sus vidas, porque la vida en Jesucristo es más preciosa que todas las alhajas, riquezas y piedras fulgurantes que podamos imaginar. Dios nos proveerá para dar al que no tiene, como examen de que estamos listos a actuar.
Como siempre, debemos estar apegados al nuevo pacto, redactado por el Espíritu mismo, acerca de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador a quien nos debemos en cuerpo y alma.
Que la sabiduría espiritual y amor de Dios, a través de nuestro amado y muy esperado Señor Jesucristo, rebose en sus mentes y almas, Amén.
Mateo 5:7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Mateo 9:13 Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.
Efesios 2:4-5 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida -juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Hebreos 4:16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.